11 noviembre 2013

Cuentos de lo grotesco y de lo arabesco

Edgar Allan Poe (1809-1849), poeta, cuentista y crítico estadounidense. Sus padres eran actores de teatro itinerante pero murieron cuando era un niño y fue educado por un acaudalado hombre de negocios y su esposa. Vivió sus primeros años con ellos en el Reino Unido. Cuando volvió a EEUU, recibió educación en los mejores colegios y asistió a la Universidad de Virginia de la que fue expulsado por su afición al juego y a la bebida. Se alistó en el ejército y entró en la Academia Militar de West Point de la que también fue expulsado por negligencia en el cumplimiento del deber. En 1832 se casó con su prima Virginia Cleim (de 14 años de edad) y se instalaron en Nueva York donde era redactor de un periódico y posteriormente de varias revistas. La larga enfermedad de su esposa agravó su tendencia al alcoholismo y al consumo de drogas. Siendo la causa de su muerte dos años después del fallecimiento de su esposa.
En 1827 publicó su primer libro Tamerlán y otros poemas de forma anónima y en 1829 su segundo libro de poemas Al Aaraf, en 1832 se publicaría su tercer libro de poemas titulado Poemas. Según Poe, la máxima expresión literaria era la poesía, y a ella dedicó sus mayores esfuerzos. Es justamente célebre su extenso poema El cuervo (The Raven, 1845), donde su dominio del ritmo y la sonoridad del verso llegan a su máxima expresión.
Pero la genialidad y la originalidad de Edgar Allan Poe encuentran quizás su mejor expresión en los cuentos, que, según sus propias apreciaciones críticas, son la segunda forma literaria, pues permiten una lectura sin interrupciones, y por tanto la unidad de efecto que resulta imposible en la novela. Publicados bajo el título Cuentos de lo grotesco y de lo arabesco (Tales of the Grotesque and Arabesque, 1840), aunque hubo nuevas recopilaciones de narraciones suyas en 1843 y 1845, la mayoría se desarrolla en un ambiente gótico y siniestro, plagado de intervenciones sobrenaturales, y en muchos casos preludian la literatura moderna de terror.
Su labor como crítico literario incisivo y a menudo escandaloso le granjeó cierta notoriedad, y sus originales apreciaciones acerca del cuento y de la naturaleza de la poesía no dejarían de ganar influencia con el tiempo.
Edgar Allan Poe escribió alrededor de sesenta cuentos, además de una serie de poemas, aunque a este género no le dedicó el tiempo que él hubiera deseado debido a su precaria situación económica. Algunos de sus relatos más conocidos son: El Escarabajo de Oro, Los Crímenes de la Calle Morgue, El Corazón Delator, El Barril de Amontillado, El Gato Negro, Eureka, La Caída de la Casa Usher, El Retrato Oval, La Máscara de la Muerte Roja.
 
De todos ellos hemos escogido para  un primer acercamiento a este autor su cuento:
 
EL CORAZON DELATOR

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
-¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!
FIN

 

13 comentarios:

Mar Márquez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Andrea dijo...

Esta historia me ha parecido algo extraña. Tampoco me parece que sea una historia de terror, la verdad, yo lo calificaría mas como una historia de misterio...asesinatos o suspense, pero no me ha producido miedo especialmente. Sinceramente,como Eva dijo, creo que este autor tiene una habilidad especial para describir situaciones y producir algo de incertidumbre y misterio en ellas, es bastante dificil hacerlo asi que me parece impresionante como este autor lo consigue.Respecto a la historia en sí, me parece una locura que un hombre pueda pensar y obrar de esa maner tan sádica como lo hace el protagonisa, yo creo que si que tiene una inestabilidad mental y por eso al final se vuelve loco y desvela su secreto a los policias.
Andrea Bolado, 4° ESO

CandelaRivas, dijo...

Este relato me ha gustado aunque debo confesar que en algunas partes me ha puesto nerviosa..de echo parecía que esos sonidos horribles , esos latidos los oía yo ...de manera que quería que se acabara ya esa "tortura" que acaba siendo la locura del protagonista..que claramente tiene un serio problema mental ya que asesina a un hombre sin ninguna razón lógica ..
Se aprecia claramente la habilidad que tiene el autor del relato de narrar situaciones que te acaban integrando en la historia..además el final era compleamente inesperado , esperaba mas cadáveres ..pero es sutil la manera en la que cuenta esos actos macabros que realiza el protagonista.
CANDELA RIVAS , 4A

ana dijo...

Me ha parecido un relato muy original a la vez de extraño. Pienso que el protagonista tiene un claro problema mental ya que intenta noche tras noche matar a un tipo sin motivo hasta que lo consigue y esta totalmente orgulloso de lo que hace. A medida que iba leyendo como aumentaban los latidos del corazón del viejo iban aumentando los míos, me ha recorrido una sensación de intriga por el cuerpo y a la vez algo de terror. Me ha gustado mucho ya que me gusta que los cuentos me sorprendan y yo creí que iba a terminar que los policías le acaban pillando pero me ha sorprendido como lo esconde todo a la perfección y al final acaba confesando su propio crimen. ANA NÚÑEZ 4ºA

Pablo Huidobro dijo...

me ha gustado mucho el texto, siempre me ha gustado la intriga, el tener la sensacion de ser tu el protagonista y no poder parar de leer. la historia en si es extraña, mas bien original, diferente.
como el protagonista,a pesar de su locura, es un sadico y con ese afan por asesinar con una razon ridicula ,tiene la capacidad para ocultar su secreto tan bien como lo hace, el autor es muy bueno como cuenta este tipo de historia de forma tan tranquila y sutil.
el final me impresiono como su propia locura le hace declararse a la policía en contra de el mismo.
PABLO HUIDOBRO 4B ESO

Eva R dijo...

La verdad es que no soy una gran fan de los relatos de terror, pero creo que la manera en la que el autor mantiene el suspense a lo largo de la historia es increíble. Me gusta cómo es capaz de producir miedo sin tener que hablar de sangre y sin dar muchos detalles sobre el cadáver.
Eva Rodilla 4ºA

viti marron dijo...

Me ha gustado este texto, aunque al leerlo me a puesto algo nervioso, Edgar Alan Poe tiene una habilidad especial para dejarte en suspense todo el tiempo que el quiera, antes de dar el golpe final, yo creo que el protagonista si que tiene un trastorno mental, ya que por su locura o por remordimientos hacia el anciano confeso el asesinato a los policias.
Victor Marron 4ºB ESO

Mar Márquez dijo...

Este texto me ha gustado, porque tiene suspense e intriga.
La historia resulta rara. Mientras iba leyendo, me imaginaba la cara del protagonista y le veía como una persona poco equilibrada mentalmente. Hay que estar mal de la cabeza para querer matar a alguien sólo porque su ojo te perturbe. También me llama la atención, que en todo momento, el protagonista se describa a sí mismo como un hombre muy astuto y cabal.
El final del relato me ha parecido curioso, porque él solo, víctima de su locura, ha confesado su crimen.

Se trata de un narrador protagonista, porque relata en primera persona. El tema en torno al cual gira la historia es "el inconsciente", a través de la pérdida de identidad provocada por la locura del protagonista.
Mar Márquez Cendrero 4ºB.

Unknown dijo...

Me ha gustado este cuento, no me ha sorprendido el hecho de que se produzca un asesinato, o que el protagonista descuartice el cadáver; pues un cuento de terror tiene que tener eso, terror. Me hace gracia cómo convence el protagonista a los lectores, y a sí mismo, de que no está loco, sino que tiene los sentidos más desarrollados que los demás. Me ha gustado mucho cómo está escrito y el cuento en general.

María Casielles Solano dijo...

Bajo mi criterio personal opino que los cuentos de terror no consiguen causar en mi ningún miedo, me suelen gustar más de amor. Este hombre claramente tiene un problema psicológico, todavía no logro entender porque se acabó entregando a la policía. El autor narra a la perfección estos actos macabros. Lo que más me ha gustado del cuento es que me ha pillado desprevenida no me esperaba el final.

Iris Rives Sardina dijo...

No me ha gustado mucho la historia. No me gustan especialmente las historias de terror ni de intriga ni nada de eso. Pero reconozco que el autor cuenta muy bien la historia, aportándole mucha emoción e intriga, aunque se me ha hecho algo pesada, ya que tardaba mucho en ocurrir cada acción, aunque eso forma parte de la intriga.
Es un narrador protagonista, que narra los hechos en primera persona. El tema es el inconsciente, porque gira entorno a la perdida de identidad y de cordura.

Natalia Fernández Fontán dijo...

Me ha gustado bastante esta historia de terror, me ha parecido un tanto rara, pero me ha hecho sentir intrigada y con cierto suspense. Me ha hecho sentir de alguna manera que estaba en la historia y que podía sentir lo que sentían los personajes. Me iba enganchando mientras leía el relato, porque me he sentido muy intrigada. Los latidos del corazon, las noches que iba a su cuarto por las noches... todo el conjunto. El protagonista, se aprecia a simple vista que no tiene muy bien amueblada la cabeza y el escritor detalla y describe con gran claridad y exactitud todo lo que este hace.
Me ha gustado bastante.
Natalia Fernández Fontán 4ºA

Cecilia Monje Inguanzo dijo...

Esta historia me ha gustado, ha habido momentos en los que tenias un poco de miedo, nervios, me asombra como ha conseguido que nos produzca esa sensación sin tener que decir sangre ni nada así. me parece muy complicado lo que ha conseguido el autor.
CECILIA MONJE4ºESO