Ya estamos inmersos preparando el día de la poesía, cada uno creando la suya propia para recitarla ese día. Por ese motivo me he acordado de Roald Dahl (Llandaff, 1916 - Oxford, 1990). Escritor británico conocido especialmente como autor de narraciones infantiles y juveniles, pese a que su producción para adultos fue también de destacable calidad. Muchos de sus relatos se han convertido en películas de gran éxito internacional (Charlie y la fábrica de chocolate)...
Entre sus obras destacan Cuentos en verso para niños perversos, son cuentos tradicionales, actualizados, con unos finales que sorprenden por lo imprevisibles. Transforma la idea edulcorada que se nos ha transmitido de los personajes de los cuentos tradicionales: convierte a Caperucita en una asesina, Blancanieves termina siendo billonaria, Cenicienta no se casa con el príncipe, Juan aprende mucho de la habichuela y el ogro y a Ricitos de Oro la convierte en delincuente. Un libro aparentemente infantil que tiene muy poco de ello.
Como ejemplo pondremos uno:
Ricitos de Oro y los tres Osos.
¡Jamás
debió ponerse en un estante
una
bellaquería semejante!
¿Cómo
una madre amante y responsable
puede
dejar la historia detestable
de
esta malvada niña entre las manos
de
unos retoños cándidos y sanos?
Si
de mí dependiera, Rizos de Oro
estaría
entre rejas como un loro...
Imagínense
ustedes qué gracioso
resulta
hacer potaje para oso,
café
y bollitos con su mermelada
y,
con la mesa puesta y preparada,
que diga Papá Oso: "¡Mil cornejas!
¡La
sopa está que quema las orejas!
Vamos
a darnos un paseo juntos
hasta
que este potaje esté en su punto.
Además,
caminar un buen ratito
nos
abrirá mejor el apetito".
Ninguna
ama de casa se opondría
a
propuesta de tal sabiduría
-y
menos con el genio singular
de
un oso cuando es hora de almorzar.
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Pues
bien, en cuanto dejan la mansión
se
cuela Rizos de Oro en el salón
y,
cual reptil sinuoso y repelente,
lo
curiosea- todo soezmente.
Al
punto ve el potaje apetitoso
que
puso en los tres platos Mamá Oso
y,
en menos tiempo del que aquí se cuenta,
sobre
ellos se abalanza violenta.
Imagínense,
insisto, qué faena,
después
de preparar cosa tan buena,
que
acabe en el estómago incivil
de
alguna delincuente juvenil.
¡Y
no acaba ahí la cosa!, lo mejor
viene
a continuación de lo anterior.
Como
mujer de hogar que usted se siente,
ha
ido con todo amor, pacientemente,
coleccionando
muchos trastos viejos:
un
angelote manco, dos espejos,
tres
sillas y un armario estilo imperio
comprados
en subasta y, lo más serio,
una
silla de niño isabelina
que
un día heredó usted de su madrina.
Es
esa silla orgullo, prez y gloria
de
su querida casa y no hay historia
que
usted no cuente de ella y se derrita
cuando
la enseña ufana a las visitas.
Pues,
como iba diciendo, Rizos de Oro
sin
el menor recato ni decoro
coloca
su trasero gordinflón
sobre
la silla histórica en cuestión
y,
como no le importa tres pepinos
el
mobiliario estilo isabelino,
se
carga en un segundo malhadado
de
su salón el mueble más preciado.
Cualquier
niña diría: "¡Qué desgracia!
¡Merezco
un buen castigo por mi audacia!".
Pero
no Rizos de Oro que, al contrario,
exhibe
su peor vocabulario:
"¡Maldito
cachivache!" y otras cosas
que, de tan malsonantes y espantosas
no puedo ni me atrevo a transcribir
ni
creo que se deban imprimir.
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Ustedes
pensarán que aquí termina
su
expedición fatal nuestra heroína...
Pues
yo lo siento mucho, amigos míos,
pero
no acaba aquí todo este lío.
La
miserable quiere echar la siesta,
así
que va a mirar dónde se acuesta.
Sube
a los dormitorios de los osos,
compara
qué edredón es más lanoso,
los
prueba del derecho y del revés,
y
se echa en el más blando de los tres.
Como
sabéis, la gente de provecho
se
suele descalzar cuando va al lecho,
pero
con Rizos de Oro no hay enmienda
ni
se le ocurre cosa que no ofenda.
Podéis
imaginaros lo muy guarros
que
estaban sus zapatos, cuánto barro
pestífero
llevaban en las suelas.
Hasta
algo que hizo un perro y, por que huela
tan
sólo a tinta el libro, uno se calla...
Y,
digo una vez más: ¿Es que no estalla
cualquiera
a quien un monstruo dormilón
le
ponga hecho una cuadra su edredón?
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¿Os
dais cuenta cabal de la cadena
de
crímenes tramados por la nena?
_Crimen
número uno_: la acusada
comete
allanamiento de morada.
_Crimen
número dos_: el personaje
se
queda con tres platos de potaje.
_Crimen
número tres_: la muy cochina
destroza
una sillita isabelina.
_Crimen
número cuatro_: la madama
se
limpia los zapatos en la cama...
Un
juez no dudaría ni un instante:
"¡Diez
años de presidio a esa tunante
Pero en la historia, tal como se cuenta,
la
miserable escapa tan contenta
mientras
los niños gritan, encantados:
"¡Qué
bien; Ricitos de Oro se ha salvado!".
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Yo,
en cambio, le daría otro final
a
un cuento tan infame y criminal:
"¡Papá!
-grita el Osito-, estoy furioso.
No
tengo sopa". "¡Vaya! -dice el Oso-.
Pues
sube al dormitorio: está en la cama,
metida en la barriga de una dama,
así
que no tendrás más solución
que
dar cuenta del caldo y del tazón".
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ROALD DAHL
ROALD DAHL
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