Siguiendo con la temática del amor este mes, escogemos un cuento de un autor sueco Hjalmar Söderberg (1869 - 1941), autor de novelas psicológicas en las que destaca la descripción de Estocolmo con transfondo de temas pasionales que en su momento levantaron las críticas de los sectores más puritanos. Hijo de un notario, estudió en Upsala y, tras una breve experiencia
periodística y un empleo en la aduana por espacio de dos años, se dedicó
exclusivamente a la literatura. A partir de 1917 residió en Copenhague.
Su obra se caracteriza por el pesimismo, la fina ironía y la
resignación. La imposibilidad del amor y "la incurable soledad del alma"
son sus temas principales. Fue un polemista agudo y un observador
exacto y sin ilusiones; pero la visión desapasionada y la distancia
analítica nunca excluyen en él la comprensión y la simpatía profunda. Su
estilo, parco y preciso, está cuidadosamente trabajado. Fue considerado el mejor estilista de su época y un maestro del género corto.
De entre sus novelas merece destacarse una obra eminentemente autobiográfica, La juventud de Martín Birck (1901). Otras novelas destacables de su producción son Extravíos (1895), El doctor Glas (1905), Corazón inquieto (1909) y Viaje a Roma (1929). De su faceta como dramaturgo sobresale Gertrudis (1907). Hjalmar Söderberg escribió también varios volúmenes de ensayos: El fuego de Yahvé (1918), Jesús Barrabás (1928), El Mesías transformado (1932) y El último libro (1942). En 1934-44 apareció una colección completa de sus obras, en diez tomos.
El cuento escogido se titula “El beso” y fue publicado por primera vez en 1907.
Información extraída de: http://www.biografiasyvidas.com
EL BESO
(cuento)
Hjalmar Söderberg
Érase una vez una muchacha y un joven.
Estaban sentados en una piedra, en una punta de tierra que se adentraba
en el mar, y las olas golpeaban hasta tocar sus pies. Estaban sentados,
callados, cada uno en sus pensamientos, y vieron ponerse el sol.
Él pensó que tenía muchas ganas de
besarla. Su boca parecía hecha para eso. Había visto chicas más hermosas
y, en realidad, estaba enamorado de otra, pero no creía poder besarla
nunca, ya que era un ideal y una estrella, y “a las estrellas uno no
puede desear poseerlas”. Ella pensó que querría que él la besara, porque
entonces tendría una oportunidad de enojarse con él y mostrarle lo
mucho que lo despreciaba. Se levantaría, levantando las faldas y
ajustándolas en torno a sí; lo miraría con una mirada cargada de helada
burla y se iría, derecha y sin prisas innecesarias. Pero para que no
pudiera adivinar lo que pensaba, dijo en voz baja, muy lentamente:
-¿Cree usted en otra vida después de ésta?
Él pensó que sería más fácil besarla si
contestaba que sí. Pero no recordaba bien cómo había respondido en otra
oportunidad a la misma pregunta y tuvo miedo de contradecirse. Por eso
la miró profundamente a los ojos y dijo:
-Hay momentos en que creo que sí.
Esa respuesta agradó a la chica
enormemente y pensó: “De todas maneras, me gusta su pelo y también la
frente. Es una lástima que la nariz sea tan fea y que no tenga una
posición. Es sólo un estudiante”. Con un novio como ése no la
envidiarían sus amigas.
Él pensó. “Ahora, decididamente, puedo
besarla”. Pero tenía mucho miedo; no había besado antes a ninguna joven
de buena familia, y se preguntaba si sería peligroso. Su padre dormía,
tumbado en una hamaca, no muy lejos de allí, y era el alcalde de la
ciudad.
Ella pensó: “¿Será quizá mejor que le dé
un bofetón cuando me bese?”. Y pensó de nuevo: “¿Por qué no me besa, es
que soy tan fea y desagradable?”.
Y se inclinó sobre el agua para mirarse reflejada, pero su retrato se rompió en las olas que salpicaban.
Pensó a continuación: “Me pregunto qué
sentiré cuando me bese”. En realidad, la habían besado una sola vez, un
teniente, después de un baile en el hotel de la ciudad. Pero olía muy
mal, a cigarros y a ponche, y ella se había sentido un poco halagada de
que la hubiera besado, ya que era un teniente, pero, por otra parte, ese
beso no había sido gran cosa. Y, además, lo odiaba, porque después del beso ni le había propuesto matrimonio ni había vuelto a mirarla.
Mientras estaban allí sentados, cada uno en sus pensamientos, el sol se puso y oscureció.
Y él pensó: “Ya que está todavía sentada a mi lado y el sol se ha ido, quizá no tenga nada en contra de que la bese”.
Y lentamente le pasó un brazo sobre los hombros.
Eso ella no lo había previsto. Había
creído que la besaría sin más preámbulos y que entonces ella le daría
una bofetada y se iría como una princesa. Ahora no sabía qué hacer;
quería enfadarse con él, pero no quería perder la oportunidad de ser
besada. Por eso se quedó sentada completamente quieta.
Entonces él la besó.
Era mucho más extraño de lo que ella
había pensado; sintió que se quedaba pálida y sin fuerzas, y que se
había olvidado totalmente de darle un bofetón, y de que no era nada más
que un estudiante.
Pero él pensó en un pasaje del libro de un médico muy religioso, llamado La especie femenina,
en donde decía: “…Pero cuidado con dejar que el abrazo matrimonial se
supedite al dominio de las pasiones”. Y pensó que debía ser muy difícil
cuidarse si un solo beso podía ya hacer tanto.
Cuando salió la luna, estaban todavía sentados besándose.
Ella le susurró al oído:
-Te amé desde el primer momento en que te vi.
Y él respondió:
-Para mí no ha habido otra en el mundo como tú.
El camino oscurece (1907), en Cien años de cuentos nórdicos
(Fuente: http://narrativabreve.com)
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