01 octubre 2014

Más que un cuento, la leyenda

La leyenda es una narración que se presenta como una historia en la que se mezcla lo real y lo imaginario. Generalmente, las leyendas se relacionan con un lugar, un elemento de la naturaleza, un personaje o un acontecimiento concreto. A diferencia de los cuentos está siempre ligada a un lugar preciso y se centra en la integración de este elemento en el mundo cotidiano. Se suelen transmitir de forma oral de generación en generación por lo que es modificada a medida que se cuenta.

Por su temática se pueden clasificar en:
  1. Leyendas etológicas: aclaran el origen de los elementos inherentes a la naturaleza, como los ríos, lagos y montañas.
  2. Leyendas escatológicas: acerca de las creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba.
  3. Leyendas religiosas: historias de justos y pecadores, pactos con el diablo, episodios de la vida de santos
En el siglo XIX se vivió en toda Europa una época de gran interés por las leyendas populares y Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870),  recogió diversas leyendas: El rayo de luna, el miserere, la corza blanca, el monte de las ánimas... Su verdadero nombre era Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida pero adoptó el apellido Bécquer perteneciente a unos antepasados paternos de origen flamenco. Su padre y otros antepasados fueron pintores y él mismo estaba dotado para el dibujo así como su hermano que terminó siendo pintor. Siendo aún un niño se quedó huérfano de ambos padres y fue adoptado por una tía materna, él y su hermano Valeriano tenían una relación muy estrecha que se reflejaría en el futuro en multiples trabajos y viajes que emprendieron juntos.
muchos autores cultos reelaboraron estos textos. Uno de ellos fue el sevillano
Cuando fue a vivir con su madrina que disponía de una selecta biblioteca poética se despertó en él su afición a la lectura.
En 1957 enfermó de tuberculosis que finalmente sería la causa de su muerte. Amó con pasión a varias mujeres y fueron la inspiración de sus Rimas y se casó finalmente con Casta Esteban y Navarro con quien tiene tres hijos aunque el último se murmura que es del amante de Casta, es 1868 considerado año tétrico para él por la infidelidad de su esposa y la muerte de su hermano y colaborador que le sume en una honda tristeza.
Posiblemente a causa de un enfriamiento invernal en la primera quincena de diciembre, su salud ya precaria hace que en unos pocos días muera. En sus días de agonía pidió a sus amigos que cuidasen de sus hijos y que publicasen su obra porque creía que iba a ser más conocido de muerto que de vivo. A la salida del funeral su amigo el pintor Casado del Alisal reunió a varios amigos para proponerles la publicación de la obra del malogrado autor. A él le debe su gloria literaria.
Aunque en vida ya alcanzó cierta fama, solo después de su muerte y tras la publicación del conjunto de sus escritos alcanzó el prestigio que hoy se le reconoce.
Su obra más célebre son las Rimas y Leyendas. Los poemas e historias incluidos en esta colección son esenciales para el estudio de la literatura hispana, sobre la que ejercieron posteriormente una gran influencia.
La leyenda elegida para nuestra lectura es El Monte de las Ánimas es un relatos que forma parte de la colección  llamada Soria. La leyenda cuenta lo que le ocurrió a un joven llamado Alonso al intentar complacer a su prima durante la noche de difuntos, la noche de la festividad de Todos los Santos. Se publicó el 7 de noviembre de 1862 con dieciseis leyendas más, en el diario El Contemporáneo.
Bécquer pretende haber recibido la leyenda por vía oral, y trata de darle vista de realidad con nuevos consejos, al final de la leyenda la historia del cazador.

EL MONTE DE LAS ÁNIMAS

 La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
     Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
     Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
     Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
     -Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
      -¡Tan pronto!
     -A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

     -¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?

     -No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.

     Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.

     Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

     -Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.

     Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.

     Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.

     Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.

     La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.


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