14 enero 2014

Un cuento de ciencia -ficción

Aprovechando la entrada de "Palabras para un lunes" que nos habla del escritor  Isaac Asimov que hizo unas predicciones para el 2014 vamos a acercarnos un poco más a su vida y su obra.
Foto de www.corazónliterario.com
Isaac Asimov fue un escritor y bioquímico de nacionalidades rusa y estadounidense. (1920-1992)
A la edad de cinco años aprendió a leer por sí mismo. Su juventud transcurrió entre los estudios y el trabajo en las distintas tiendas de golosinas que su padre rentaba en el barrio de Brooklyn. Comenzó a temprana edad y a los 19 años inició la publicación de sus relatos de ciencia ficción.
Tenia miedo a volar y, en contrapartida, padecía de lo conocido como claustrofilia, es decir, le encantaban los lugares cerrados y pequeños.
En 1939 se graduó como bioquímico en la Universidad de Columbia. En 1942 tomó un trabajo como investigador químico en los astilleros de la marina de guerra estadounidense, empleo que mantendría en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. En 1948 consiguió el doctorado en química. Se mantiene con los ingresos que obtiene como escritor.
Se casa el 26 de julio de 1942 con Gertrude Blugerman, con la que tiene dos hijos. Tras un largo periodo de separación, se divorcian en 1973 y a finales de ese año se casa con Janet O. Jeppson. Muere el 6 de abril de 1992 tras un fallo coronario y renal. En 2002, Janet Asimov reveló en su propia biografía que la muerte de Isaac Asimov fue debida al sida, contraido durante una operación de bypass en 1982.
Fue creador de obras de ciencia ficción, historia y divulgación científica.
La obra más famosa de Asimov es la serie de la Fundación, también conocida como Trilogía o Ciclo de Trántor, que forman parte de un total que asciende a más de 500 volúmenes, entre los cuales se encuentran obras de misterio y fantasía y texto de no ficción.
Junto con Rober A. Heinlein y Arthur C. Clarke, Isaac Asimov fue considerado uno de los “tres grandes” escritores de la ciencia ficción.
La mayoría de sus libros de divulgación explican los conceptos científicos siguiendo una línea histórica, retrotrayéndose lo más posible a tiempos en que la ciencia en cuestión se encontraba en una etapa elemental. A menudo brinda la nacionalidad, las fechas de nacimiento y muerte de los científicos que menciona, así como las etimologías de las palabras técnicas.
Fue miembro de Mensa (una asociación internacional de superdotados fundada en Inglaterra en 1946), a cuyos miembros describía como “intelectualmente combativos”.
En 1981 se nombró a un asteroide, el 5020 Asimov en su honor.


De entre todas sus obras he escogido el cuento "Versos Luminosos" que se encuentra dentro de un libro "Compre Jupiter" que es una recopilación de 24 relatos de excelente ciencia-ficción, en los que se narran unas sugestivas situaciones que tratan desde la evolución de la especie humana hasta las hipotéticas relaciones futuras entre seres de distintas galaxias.
VERSOS LUMINOSOS
La última persona en quien se podía pensar como asesina, la señora Alvis Lardner. Viuda del gran astronauta mártir, era filántropa, coleccionista de arte, anfitriona extraordinaria y, en lo que todo el mundo estaba de acuerdo, un genio. Pero, sobre todo, era el ser humano más dulce y bueno que pudiera imaginarse.
Su marido, William J. Lardner, murió, como todos sabemos, por los efectos de la radiación de una bengala solar, después de haber permanecido deliberadamente en el espacio para que una nave de pasajeros llegara sana y salva a la Estación Espacial 5.
La señora Lardner recibió por ello una pensión generosa que supo invertir bien y prudentemente. Había pasado ya la juventud y era muy rica.
Su casa era un verdadero museo. Contenía una pequeña pero extremadamente selecta colección de objetos extraordinariamente bellos. Había conseguido muestras de una docena de culturas diferentes: objetos tachonados de joyas hechos para servir a la aristocracia de esas culturas. Poseía uno de los primeros relojes de pulsera con pedrería fabricados en Norteamérica, una daga incrustada de piedras preciosas procedente de Camboya, un par de gafas italianas con pedrería, y así sucesivamente.
Todo estaba expuesto para ser contemplado. Nada estaba asegurado y no había medidas
especiales de seguridad. No era necesario ningún convencionalismo, porque la señora Lardner tenía un gran número de robots a su servicio y se podía confiar en todos para guardar hasta el último objeto con imperturbable concentración, irreprochable honradez e irrevocable eficacia.
Todo el mundo conocía la existencia de esos robots y nunca se supo de algún intento de robo.
Además, estaban sus esculturas de luz. De qué modo la señora Lardner había descubierto su propio genio en este arte, ningún invitado a ninguna de sus generosas recepciones podía adivinarlo.Sin embargo, en cada ocasión en que su casa se abría a los invitados, una nueva sinfonía de luz brillaba por todas las estancias, curvas tridimensionales y sólidos en colores mezclados, puros o fundidos en efectos cristalinos que bañaban a los invitados en una pura maravilla, consiguiendo siempre ajustarse de tal modo que volvían el cabello de la señora Lardner de un blanco azulado y dejaban su rostro sin arrugas y dulcemente bello.
Los invitados acudían más que nada por sus esculturas de luz. Nunca se repetían dos veces seguidas y nunca dejaban de explorar nuevas y experimentales muestras de arte. Mucha gente que podía permitirse el lujo de tener máquinas de luz, preparaba esculturas como diversión, pero nadie podía acercarse a la experta perfección de la señora Lardner. Ni siquiera aquellos que se consideraban artistas profesionales.
Ella misma se mostraba encantadoramente modesta al respecto:
¾No, no ¾solía protestar cuando alguien hacía comparaciones líricas¾. Yo no lo llamaría «poesía de luz». Es excesivo. Como mucho diría que son simples «versos luminosos». Y todo el mundo sonreía a su dulce ingenio.
Aunque se lo solían pedir, nunca quiso crear esculturas de luz para nadie, sólo para sus propias recepciones.
¾Sería comercializarlo ¾se excusaba.
No oponía ninguna objeción, no obstante, a la preparación de complicados hologramas de sus esculturas para que quedaran permanentemente y se reprodujeran en museos de todo el mundo. Tampoco cobraba nunca por ningún uso que pudiera hacerse de sus esculturas de luz.
¾No podría pedir ni un penique ¾dijo extendiendo los brazos¾. Es gratis para todos. Al fin y al cabo, ya no voy a utilizarlas más. Y era cierto. Nunca utilizaba la misma escultura de luz dos veces seguidas.
Cuando se tomaron los hologramas, fue la imagen viva de la cooperación, vigilando amablemente cada paso, siempre dispuesta a ordenar a sus criados robots que ayudaran.
¾Por favor, Courtney ¾solía decirles¾, ¿quieres ser tan amable y preparar la escalera?
Era su modo de comportarse. Siempre se dirigía a sus robots con la mayor cortesía.
Una vez, hacía años, casi le llamó al orden un funcionario del Departamento de U.S. Robots y Hombres Mecánicos.
¾No puede hacerlo así ¾le dijo severamente¾, interfiere su eficacia. Están construidos para obedecer órdenes, y cuando más claramente dé esas órdenes, con mayor eficiencia las obedecerán. Cuando se dirige a ellos con elaborada cortesía, es difícil que comprendan que se les está dando una orden. Reaccionan más despacio.
La señora Lardner alzó su aristocrática cabeza.
¾No les pido rapidez y eficiencia ¾dijo¾, sino buena voluntad. Mis robots me aman.
El funcionario del Gobierno pudo haberle explicado que los robots no pueden amar, sin
embargo se quedó mudo bajo su mirada dulce pero dolida.
Era notorio que la señora Lardner jamás devolvió algún robot a la fábrica para reajustarlo. Sus cerebros positrónicos son tremendamente complejos y una de cada diez veces el ajuste no es perfecto al abandonar la fábrica. A veces, el error no se descubre hasta mucho tiempo después, pero cuando ocurre, «U.S. Robots y Hombres Mecánicos, Inc.», realiza gratis el ajuste.
La señora Lardner movió la cabeza y explicó:
¾Una vez que un robot entra en mi casa y cumple con sus obligaciones, hay que tolerarle cualquier excentricidad menor. No quiero que se les manipule.
Lo peor era tratar de explicarle que un robot no era más que una máquina. Se volvía envarada:
¾Nada que sea tan inteligente como un robot, puede ser considerado como una máquina. Les trato como a personas.
Y ahí quedó la cosa.
Mantuvo incluso a Max, que era prácticamente un inútil. A duras penas entendía lo que se esperaba de él. Pero la señora Lardner lo solía negar insistentemente y aseguraba con firmeza:
¾Nada de eso. Puede recoger los abrigos y sombreros y guardarlos realmente bien. Puede sostener objetos para mí. Puede hacer mil cosas.
¾Pero, ¿por qué no le manda reajustar? ¾preguntó una vez un amigo.
¾No podría. Él es así. Le quiero mucho, ¿sabe? Después de todo, un cerebro positrónico es tan complejo que nunca se puede saber por dónde falla. Si le devolviéramos una perfecta normalidad, ya no habría forma de devolverle la simpatía que tiene ahora. Me niego a perderla.
¾Pero, si está mal ajustado ¾insistió el amigo, mirando nerviosamente a Max¾, ¿no puede resultar peligroso?
¾Jamás. ¾Y la señora Lardner se echó a reír¾. Hace años que le tengo. Es completamente inofensivo y encantador.
La verdad es que tenía el mismo aspecto que los demás: era suave, metálico, vagamente
humano, pero inexpresivo.
Pero para la dulce señora Lardner todos eran individuales, todos afectuosos, todos dignos de cariño. Ése era el tipo de mujer que era.
 ¿Cómo pudo asesinar?
La última persona que hubiera creído que iba a ser asesinada, era el propio John Semper Travis. Introvertido y afectuoso, estaba en el mundo, pero no pertenecía a él. Tenía aquel peculiar don matemático que hacía posible que su mente tejiera la complicada tapicería de la infinita variedad de sendas positrónicas de la mente de un robot.
Era ingeniero jefe de «U.S. Robots y Hombres Mecánicos, Inc.», un admirador entusiasta de la escultura de luz. Había escrito un libro sobre el tema, tratando de demostrar que el tipo de matemáticas empleadas en tejer las sendas cerebrales positrónicas podían modificarse para servir como guía en la producción de esculturas de luz.
Sus intentos para poner la teoría en práctica habían sido un doloroso fracaso. Las esculturas que logró producir siguiendo sus principios matemáticos fueron pesadas, mecánicas y nada interesantes.
Era el único motivo para sentirse desgraciado en su vida tranquila, introvertida y segura, pero para él era un motivo más que suficiente para sufrir. Sabía que sus teorías eran ciertas, pero no podía ponerlas en práctica. Si no era capaz de producir una gran pieza de escultura de luz...
Naturalmente, estaba enterado de las esculturas de luz de la señora Lardner. Se la tenía universalmente por un genio. Travis sabía que ella no podía comprender ni el más simple aspecto de la matemática robótica. Había estado en correspondencia con ella, pero se negaba insistentemente a explicarle su método y él llegó a preguntarse si tendría alguno. ¿No sería simple intuición? Pero incluso la intuición puede reducirse a matemáticas. Finalmente consiguió recibir una invitación a una de sus fiestas. Sencillamente, tenía que verla.
El señor Travis llegó bastante tarde. Había hecho un último intento por conseguir una escultura de luz y había fracasado en forma lamentable.
Saludó a la señora Lardner con una especie de respeto desconcertado y dijo:
¾Muy peculiar el robot que recogió mi abrigo y mi sombrero.
¾Es Max ¾respondió la señora Lardner.
¾Está totalmente desajustado y es un modelo muy antiguo. ¿Por qué no lo ha devuelto a la fábrica?
¾Oh, no. Sería mucha molestia.
¾En absoluto, señora Lardner. Le sorprendería lo fácil que ha sido. Como trabajo en «U.S. Robots», me he tomado la libertad de ajustárselo yo mismo. No tardé nada y encontrará que ahora funciona perfectamente.
Un extraño cambio se reflejó en el rostro de la señora Lardner. Por primera vez en su vida plácida la furia encontró un lugar en su rostro, era como si sus facciones no supieran cómo disponerse.
¾¿Le ha ajustado? ¾gritó¾. Pero si era él quien creaba mis esculturas de luz. Era su
desajuste, su desajuste que nunca podrá devolverle el que..., que...
El rostro de Travis también estaba desencajado; murmuró:
¾Quiere decir que si hubiera estudiado sus sendas cerebrales positrónicas con su desajuste único, hubiera podido aprender...
Se echó sobre él, con la daga levantada, demasiado de prisa para que nadie pudiera detenerla, y él ni siquiera trató de esquivarla. Alguien comentó que no la había esquivado... Como si quisiera morir...
F I N
Libros Tauro

12 comentarios:

Nicolas dijo...

me ha gustado mucho

Unknown dijo...

Me ha parecido un texto realmente interesante ademas a mi me gustan mucho este tipo...

Mar Márquez dijo...

Me ha gustado mucho el relato, aunque me ha parecido una historia un poco extraña. No me esperaba que fuese el robot el autor de las esculturas de luz, aunque sí me imaginaba que la razón por la que cometía un asesinato estaba relacionada con los robots.
Mar Márquez Cendrero 4°B.

Andrea dijo...

Este cuento me ha sorprendido bastante, nunca pensé que el robot hiciera las esculturas de luz, aunque al terminar la historia todo encaja; encaja por qué ella no quiere de ninguna manera reajustarlo ya que todo lo que ella hace desaparecería, tampoco me esperaba que al final lo matara ella pero si entiendo que él se dejara matar ya que había destrozado un objeto vital para crear las esculturas de luz. Me ha gustado el cuento y me ha parecido muy original y emocionante.
Andrea Bolado 4º B ESO

Iris Rives Sardina dijo...

Me ha gustado mucho este relato. Me ha sorprendido el final. No me esperaba que fuera el robot quien hiciera las esculturas, ni que fuera eso por lo que la mujer no queria reajustarlo. Pensaba que era una mujer muy dulce y muy inteligente, pero al final de la historia se revela que era un fraude.

Eva R dijo...

Este relato me ha gustado bastante y creo que el tema de las esculturas de luz es muy original.
El hecho de que la que parecía una mujer inofensiva y encantadora, fuese una asesina, resulta sorprendente, aunque ya se sabe que las apariencias engañan.
Desde mi punto de vista, el autor pone al robot "desajustado" como al más valioso, haciendo referencia a que ser diferente no ha de verse como algo negativo.
Eva Rodilla 4ºA

CandelaRivas, dijo...

Me ha parecido una historia muy interesante a pesar de que la ciencia ficción no va conmigo en la lectura , me suele aburrir .. pero en este caso me he podido imaginar un futuro no muy lejano.
Lo que más me ha gustado del texto y a la vez sorprendido ha sido el desenlace , sabia que Max era importante pero pensé que era por lo buena persona que era la mujer...
Al final el "defectO" que tenía era una gran cualidad perseguida por casi todo el mundo.. al fin y al cabog Gran metafora.
CANDELA RIVAS , 4A

ana dijo...

Este texto me ha llamado bastante la atención, nunca me había llegado a imaginar que fuese el mismo robot el que hiciera las esculturas de luz y por eso fuese por lo que la mujer no quería reajustarlo. Creo que en este texto te das cuenta de que las apariencias engañan, que la persona que tienes a tu lado puede llegar a ser un asesino y que muy poca gente aparenta ser lo que es. ANA NUÑEZ

Unknown dijo...

Aunque la ciencia ficción no me gusta demasiado, este cuento si que lo ha hecho.
No se si la señora Lardner quería a Max porque ella era así y quería a los robots tal y como eran o porque era él el que hacia las esculturas.
A veces lo que todo el mundo entiende por defecto, es lo que nos hace más especiales.

Cecilia Monje Inguanzo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Diego Álvaro dijo...

Al acabar el relato me he quedado un poco en estado de shock,me parece un poco excesivo ponerse así por un robot pero también entiendo como gente puede coger tanto cariño a algo que para otros solo tiene un valor material. Es un texto original, un poco raro pero al ser original me ha llamado algo la atención, no es que me haya encantado ni mucho menos, pero no esta mal.

Natalia Fernández Fontán dijo...

No hubiese imaginado nunca que la señora hubiera sido capaz de matar a alguien, si no lo hubieran advertido tanto en el transcurso de la historia. Me ha gustado, pero ha sido un tanto rara. Tampoco me hubiera imaginado nunca que el robot Max fuera quién hacía las esculturas. Me creí al 100% lo encantadora y buena persona que podía llegar a ser la protagonista y no me hubiese imaginado que fuera una asesina, pero hay que tener en cuenta una cosa... y es que "Las apariencias engañan".