Como ya estamos en plena creacción de cuentos para nuestra exposición del Día del Libro, en esta sección de cuentos os acercamos alguna de las obras de autores muy conocidos de todo el mundo o rescatamos cuentos o leyendas anónimas de algunos países, pero también nos gusta leer de autores menos conocidos pero que hemos tenido la suerte de encontrarnos en nuestro camino y conocerlos. Este es el caso del autor elegido para comenzar este año la sección de cuentos: Juan Bosco Castilla. Vamos a conocer unos pocos datos de él, tal y como él se presenta en su propio blog juanboscocastilla.com "nací
en 1959 en Pozoblanco, un pueblo del norte de Córdoba (España), donde vivo
actualmente. Me licencié en Derecho
por la universidad de Córdoba y en Ciencias Políticas y Sociología por la UNED y
desde los 25 años soy secretario e interventor de un ayuntamiento. Estoy casado
y tengo dos hijos. Conservo los amigos de la infancia y vivo cerca de la casa de
mis padres. He escrito miles de páginas y me gusta pensar que alguna de ellas,
quizá sólo unas cuantas líneas, ha merecido la pena."
El cuento escogido nos muestra cómo los escritores van tejiendo los personajes al irles otorgando las características propias.
Los sentimientos, claros
© Juan Bosco Castilla
Un día, en un pueblo no demasiado lejano ni demasiado diferente del tuyo, el alcalde llamó a los escritores de cuentos y les dijo:
- Quiero que cada uno de vosotros escriba un cuento donde las cosas estén claras, para que los niños aprendan a diferenciar lo bueno de lo malo. Con todos los cuentos que escribáis haremos un libro y lo llevaremos a las escuelas y a la Biblioteca Municipal.
Los escritores aceptaron la oferta y se reunieron durante algunas tardes para armonizar sus narraciones. Los escritores acordaron que el lugar donde se desarrollaran las historias fuera un bosque magnífico surcado por arroyos cristalinos, donde crecieran flores preciosas, cantaran los pájaros y siempre fuera primavera. A fin de que las cosas estuvieran claras, resolvieron que los enanos serían bajitos, que los gigantes serían muy grandes, que los lobos se comerían a los niños, que los sapos serían sapos y no príncipes encantados, que las brujas serían morenas, feas y malas y, que las hadas serían delgadas, hermosas y buenas y que las princesas serían rubias, bellas y sosas y acabarían casándose con un príncipe alto, valeroso y guapo.
Los escritores se fueron a sus despachos y, rodeados de libros llenos de viejas historias, se pusieron a escribir. Primero, escribieron de una bruja. La construyeron por dentro y por fuera rasgo a rasgo y sentimiento a sentimiento, como se levantan los edificios o se hacen las máquinas más complejas. Por fuera, la bruja era vieja, tenía la nariz aguileña, los ojos pequeños y hundidos, los cabellos grasientos y desaliñados, la espalda arqueada, la cara arrugada y llena de granos, tres pelos largos en la barbilla y la boca habitada por apenas unos pocos dientes negros; por dentro, era rencorosa, avara, vengativa y soberbia. Como era fea y mala, odiaba a todos los habitantes del bosque, especialmente a aquellos que por su belleza o su bondad tenían de lo que ella carecía, como a una princesa hermosísima que vivía en un castillo precioso y al hada buena que la protegía. Vivía sola y arrinconada por la suciedad y el abandono en una casa a medio hundir situada en lo más profundo del bosque, donde más aullaban los lobos y más anidaban las serpientes.
Los escritores de aquel pueblo eran grandes maestros, y lo mismo
que hicieron con la bruja hicieron con el hada. La inventaron con tanto detalle,
que los lectores eran capaces de sentir con ella y separar cada uno de sus
cabellos. Los ilustradores del cuento, que también fueron convocados por el
alcalde, acordaron dibujarla a un palmo del suelo y rodeada de un aura rosada
que realzara su extrema bondad, y la dotaron de una varita mágica de punta
estrellada y luminiscente con la que podía a su voluntad convocar al bien y
deshacer el mal.
Cuando fueron a crear a la princesa del cuento, los escritores buscaron a la mujer más hermosa del mundo para tenerla por modelo y, aun así, engrandecieron su belleza dorándole los cabellos, dilatándole los labios y los senos, blanqueándole los dientes, alargándole las piernas y poniéndole en la boca una sonrisa indeleble. Para construir su alma, tomaron una enciclopedia de virtudes y, con meticulosidad de relojero, fueron encajándolas en su corazón e inventando para cada una de ellas diversas historias, que grabaron luego débilmente en la memoria de la princesa para que tuviera de sus virtudes una conciencia lejana, como se imprimen las hazañas propias en la memoria de los humildes.
Por último, con un cuidado infinito, crearon al príncipe, que era rubio, alto, recto, fuerte e iba siempre impecablemente vestido de azul. Adornaron su espíritu con la flor de la valentía, el diamante de la lealtad, el fuego de la pasión, el martillo de la perseverancia, el aire puro de la integridad y la espada de la justicia. Le construyeron un glorioso pasado de batallas y le adjudicaron el don de la poesía y la gracia de la seducción.
- Hemos construido con tanto detalle los personajes, que los lectores no sólo soñarán con ellos, sino que se compararán a sí mismos y a las personas de carne y hueso con los personajes del cuento. Quien lo lea, sobre todo si es niño, ya no verá más belleza que la delgada belleza de la princesa o la azulada belleza del príncipe, ni verá más maldad que la maldad de la fea bruja, ni más bondad que la bondad del hada buena –le dijeron los escritores al alcalde.
Éste quedó muy satisfecho con la construcción de los personajes, que parecían más ciertos que los de verdad, y les dijo:
- Ahora tenéis que construir con estos personajes una historia donde cada uno haga lo que se supone que debe hacer, a fin de que los niños tengan las ideas claras: donde la bruja emponzoñe y mate y triunfen la belleza de la princesa, la valentía del príncipe y la bondad del hada.
-¿Y cómo ha de acabar esa historia? –le preguntaron los escritores.
- Como acaban todas las historias de bien: la princesa y el príncipe se casarán, el hada se perderá en un sueño y la bruja sufrirá el dolor de una soledad eterna.
Los escritores volvieron a sus casas y se pusieron a trabajar en la historia. Sus personajes estaban tan bien construidos, era tan fácil relacionarse con ellos, que parecían actores de teatro más que seres de ficción, como si para ordenarles lo que debían hacer no fuera necesario escribirlo, sino solamente decírselo...
Continuar leyendo http://www.juanboscocastilla.com/cuentos/otros-cuentos/los-sentimientos-claros/
Agradecemos a Juan Bosco Castilla el que nos permita acceder a sus textos y de esta manera nosotros se los podamos acercar a otros lectores. Os animamos a que entréis en su página y disfrutéis de otros cuentos que tiene publicados en ella.
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