Esta semana vamos a dedicar nuestra atención a Juan José Millás, escritor nacido en Valencia en 1946 pero su vida transcurre desde muy joven en Madrid. A lo largo de su vida realiza diferentes tipos de trabajos desde profesor, funcionario, periodista...
Influido por Dostoyevski y Kafka en sus inicios, su obra está poblada de personajes corrientes que de repente se ven inmersos en situaciones extraordinarias, que muchas veces lindan con lo fantástico : desapariciones, mundos paralelos, terribles angustias que pueden desembocar en la locura, la depresión, el crimen, la muerte.
A principios de los 90 comienza su trabajo como periodista de varios medios de comunicación, entre ellos El País. Recibe múltiples premios entre los que se encuentran el Premio Nadal y el Premio Planeta.
A principios de los 90 comienza su trabajo como periodista de varios medios de comunicación, entre ellos El País. Recibe múltiples premios entre los que se encuentran el Premio Nadal y el Premio Planeta.
Juan José Millás es el creador de los «articuentos» , escritos a medio camino entre el cuento y el artículo de prensa, que tratan de temas de sociedad, de situaciones, de reflexiones o de problemas provocados por los comportamientos humanos. Toda la obra narrativa de Millás, con sus artículos a la cabeza, es un ejemplo perfecto de literatura crítica. El nombre de articuentos pretende subrayar su peculiaridad principal: se trata de artículos de opinión porque aparecen como tales en la prensa, no en balde se ocupan de lo que ocurre en España y en el mundo. Pero, por sus características, están más cerca de los textos de ficción, de la fábula o del microrrelato fantástico. Su objetivo es siempre mostrar el revés de la trama, lo verdadero y lo falso. El pensamiento, presentado a través del humor, la paradoja o la ironía, acaba por engullir la noticia, de modo que en su destilación final sólo queda una lúcida visión crítica de la realidad.
El cuento escogido podría responder a una de esas dudas que empezaría por ¿qué pasaría si...?, el protagonista del cuento, un padre, va con su hijo cogido de la mano a un lugar donde la aglomeración de la gente no te deja ni ver tus manos, consiguen salir de dicha situación pero al niño que lleva cogido de su mano no es su hijo... Cada uno imaginamos cómo reaccionaríamos, Juan José Millás no se contenta con una lógica habitual. Merece la pena leerlo:
Un
curioso intercambio
Aquel hombre fue con su
hijo, de cuatro años, a unos grandes almacenes para ver a los Reyes Magos, que
tenían instalado un quiosco junto a la sección de juguetería. Había mucha gente
y los servicios de seguridad estaban muy ocupados con tantas familias que
habían ido a lo mismo. El hombre, que era algo claustrofóbico, empezó a
sentirse mal entre las multitudes, de manera que a la media hora de soportar la
asfixia y los empujones decidió marcharse.
Al llegar a la calle notó que el niño que llevaba de la mano no era el suyo. El
niño y él se miraron perplejos, aunque ninguno de los dos dijo nada. La
reacción inmediata del hombre fue regresar al tumulto para recuperar a su hijo.
Pero cuando pensó que seguramente no lo encontraría en seguida, y que tendría
que ir a la comisaría para poner una denuncia, decidió hacer como que no se
había dado cuenta. Entraría en casa con naturalidad, con el niño de la mano, y
sería oficialmente su mujer la primera en notar el cambio. Confiaba en que
fuera ella la que se ocupara de toda la molesta tramitación para recuperar a un
niño y devolver al otro.
Afortunadamente, el niño no daba señales de angustia. Caminaba, dócil, junto a
él, como si también temiera que la aceptación del error fuera más complicada
que su negación. Entonces, el hombre notó que el niño todavía llevaba en la
mano la carta a los Reyes Magos. Le dio pena y buscó un buzón de correos
asegurándole que de ese modo llegaría también a su destino. Después, para
compensarle, le invitó a tomar chocolate con churros en una cafetería. Entró en
casa con naturalidad y saludó a su mujer, que estaba viendo su programa
favorito de televisión. El hombre esperaba que ella diera un grito y se pusiera
inmediatamente a llamar a la policía mientras él fingía un desmayo para no
tener que participar en todo el follón que sin duda se iba a hacer. Pero su
mujer miró al niño y, después de unos segundos de duda, le dio un beso y le
preguntó si había conseguido ver a los Reyes Magos.
-Hemos echado la carta en un buzón
-respondió el niño.
-Bueno, también así les llegará -respondió la mujer regresando a su programa
favorito de televisión.
También ella, al parecer, prefería hacer como que no se había dado cuenta para evitar las molestas complicaciones de aceptar el error. Además, si actuaba en ese momento, se perdía el final del programa. El hombre se quedó algo confuso, pero ya no podía dar marcha atrás, de manera que llevó al niño al dormitorio de su hijo y lo dejó jugando mientras se servía un whisky para relajar la tensión. Esa noche durmió mal, pensando que el niño se despertaría en cualquier momento llamando entre lágrimas a sus padres verdaderos. Cada vez que abría los ojos, espiaba la respiración de su mujer para ver si ella también estaba inquieta, pero no llegó a notar nada anormal. En cuanto al niño, durmió perfectamente, mejor que su propio hijo, que siempre solía despertarse dos o tres veces para pedir agua. Durante los siguientes días, aprovechando la hora del baño o el momento de ponerle el pijama, comprobó que el niño no tenía malformaciones. Se extrañaba de que los que se hubieran llevado a su hijo verdadero no hubieran salido aún en los periódicos o en la televisión denunciando el error. Pensó que se trataría también de una pareja algo tímida y enemiga de meterse en complicaciones
También ella, al parecer, prefería hacer como que no se había dado cuenta para evitar las molestas complicaciones de aceptar el error. Además, si actuaba en ese momento, se perdía el final del programa. El hombre se quedó algo confuso, pero ya no podía dar marcha atrás, de manera que llevó al niño al dormitorio de su hijo y lo dejó jugando mientras se servía un whisky para relajar la tensión. Esa noche durmió mal, pensando que el niño se despertaría en cualquier momento llamando entre lágrimas a sus padres verdaderos. Cada vez que abría los ojos, espiaba la respiración de su mujer para ver si ella también estaba inquieta, pero no llegó a notar nada anormal. En cuanto al niño, durmió perfectamente, mejor que su propio hijo, que siempre solía despertarse dos o tres veces para pedir agua. Durante los siguientes días, aprovechando la hora del baño o el momento de ponerle el pijama, comprobó que el niño no tenía malformaciones. Se extrañaba de que los que se hubieran llevado a su hijo verdadero no hubieran salido aún en los periódicos o en la televisión denunciando el error. Pensó que se trataría también de una pareja algo tímida y enemiga de meterse en complicaciones
El niño se adaptó bien al nuevo hogar, sin hacer en ningún momento comentarios
que pusieran en peligro la estabilidad familiar. En muchos aspectos, era mejor
que el hijo propio, pues comía sin necesidad de que le contaran cuentos y no se
hacía pis en la cama. El hombre se acordaba a veces, con un poco de culpa, de
su verdadero hijo, pero se le pasaba en seguida pensando que estaría
perfectamente atendido por un matrimonio de clase media, como los que había
visto en la cola de los Reyes Magos, que le cuidaría con la solicitud con la
que él y su mujer se ocupaban del niño que les había tocado. Después de todo,
los niños lo único que necesitan es afecto. A lo mejor hasta había dejado de
hacerse pis en la cama al cambiar de ambiente, lo que sin duda le daría mayores
dosis de seguridad.
Es cierto que el hombre llegó a dudar de sí mismo en alguna ocasión, pues todo
iba tan bien, todo era tan normal, que a veces parecía imposible que se hubiera
equivocado realmente de hijo. Con éste se llevaba mejor que con el verdadero,
que estaba muy mal criado por su madre y era muy caprichoso. El nuevo le
obedecía en todo y era muy raro que llorase si no le dejaban ver la televisión
o le mandaran pronto a la cama. O sea, que se encariñó con él. Un día, después
de Reyes, lo llevó al cine. Se trataba de una película de dibujos animados y
había también más niños que en una macroguardería. El caso es que, sin saber
cómo, al salir del cine observó con sorpresa que llevaba de la mano a su
verdadero hijo. Seguramente, los niños habían visto a sus padres verdaderos y
habían hecho el intercambio por su cuenta. Ninguno de los dos dijo nada. Cuando
llegaron a casa, la madre, que estaba viendo la televisión, disimuló también.
Los primeros días fue todo bien, pero en seguida volvió a hacerse pis en la
cama y a hacer follones a la hora de comer. El padre, para consolarse,
pensaba con nostalgia en el otro hijo y llevaba todos los fines de semana al
suyo a lugares donde había multitudes con la esperanza, nunca confesada, de que
un nuevo error se lo restituyera.
JUAN
JOSÉ MILLÁS
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