Las mil y una noches es un fabuloso libro integrado por cuentos, relatos y
fábulas de la literatura árabe, fue escrito alrededor del s. XV, pero su autor
es desconocido.
Un poderoso sultán se da cuenta de la infidelidad de
su mujer y manda asesinarla. A partir de ahí, decide que cada día se casará con
una doncella con la que pasará la noche, y al amanecer esta también deberá morir;
esto como manera de evitar ser engañado de nuevo. Cuando le toca el turno a
Shahrazad, que era muy astuta, decide que ella salvaría su vida. Para esto,
planea que cada noche le contará una historia al sultán, y que la interrumpirá
en un punto culminante con la llegada del día. El sultán intrigado por el
desenlace de las historias, le perdona la vida y así transcurren mil y una
noches. Transcurrido este tiempo le presenta al hijo que concibieron y el sultán la hace su
esposa. A continuación podemos leer uno de los cuentos integrados en el libro.
ALADINO Y LA LÁMPARA MARAVILLOSA
Erase una vez una viuda que vivía con su hijo, Aladino. Un día, un
misterioso extranjero ofreció al muchacho una moneda de plata a cambio de un
pequeño favor y como eran muy pobres aceptó.
-¿Qué tengo que hacer? -preguntó.
-Sígueme - respondió el misterioso extranjero.
El extranjero y Aladino se alejaron de la aldea en dirección al bosque,
donde este ultimo iba con frecuencia a jugar. Poco tiempo después se detuvieron
delante de una estrecha entrada que conducía a una cueva que Aladino nunca
antes había visto.
- ¡No recuerdo haber visto esta cueva! -exclamó el joven- ¿Siempre ha
estado ahí?
El extranjero sin responder a su pregunta, le dijo:
-Quiero que entres por esta abertura y me traigas mi vieja lámpara de
aceite. Lo haría yo mismo si la entrada no fuera demasiado estrecha para mí.
-De acuerdo- dijo Aladino-, iré a buscarla.
-Algo mas- agrego el extranjero-. No toques nada mas, ¿me has entendido? Quiero únicamente que me traigas
mi lámpara de aceite.
El tono de voz con que el extranjero le dijo esto último, alarmó a
Aladino. Por un momento pensó huir, pero cambió de idea al recordar la moneda
de plata y toda la comida que su madre podía comprar con ella.
-No se preocupe, le traeré su lámpara, - dijo Aladino mientras se
deslizaba por la estrecha abertura.
Una vez en el interior, Aladino vio una vieja lámpara de aceite que
alumbraba débilmente la cueva. Cual no sería su sorpresa al descubrir un
recinto cubierto de monedas de oro y piedras preciosas.
"Si el extranjero solo quiere su vieja lámpara -pensó Aladino-, o
está loco o es un brujo. Mmm, ¡tengo la impresión de que no está loco!
¡Entonces es un ... !"
-¡La lámpara! ¡Tráemela inmediatamente!- gritó el brujo impaciente.
-De acuerdo pero primero déjeme salir -repuso Aladino mientras comenzaba
a deslizarse por la abertura.
¡No! ¡Primero dame la lámpara! -exigió el brujo cerrándole el paso
-¡No! Gritó Aladino.
-¡Peor para ti! Exclamó el brujo empujándolo nuevamente dentro de la
cueva. Pero al hacerlo perdió el anillo que llevaba en el dedo el cual rodó
hasta los pies de Aladino.
En ese momento se oyó un fuerte ruido. Era el brujo que hacía rodar una
roca para bloquear la entrada de la cueva. Una oscuridad profunda invadió el lugar, Aladino tuvo miedo. ¿Se quedaría
atrapado allí para siempre? Sin pensarlo, recogió el anillo y se lo puso en el
dedo. Mientras pensaba en la forma de escaparse, distraídamente le daba vueltas
y vueltas.
De repente, la cueva se lleno de una intensa luz rosada y un genio
sonriente apareció.
-Soy el genio del anillo. ¿Qué deseas mi señor? Aladino aturdido ante la
aparición, solo acertó a balbucear:
-Quiero regresar a casa.
Instantáneamente Aladino se encontró en su casa con la vieja lámpara de
aceite entre las manos. Emocionado el joven narró a su madre lo sucedido y le entregó la lámpara.
-Bueno no es una moneda de plata, pero voy a limpiarla y podremos usarla.
La estaba frotando, cuando de improviso otro genio aun más grande que el
primero apareció.
-Soy el genio de la lámpara. ¿Qué deseas? La madre de Aladino
contemplando aquella extraña aparición sin atreverse a pronunciar una sola
palabra.
Aladino sonriendo murmuró:
-¿Por qué no una deliciosa comida acompañada de un gran postre?
Inmediatamente, aparecieron delante de ellos fuentes llenas de exquisitos
manjares. Aladino y su madre comieron muy bien ese día y a partir de entonces,
todos los días durante muchos años. Aladino creció y se convirtió en un joven apuesto, y su madre no tuvo
necesidad de trabajar para otros. Se contentaban con muy poco y el genio se
encargaba de suplir todas sus necesidades.
Un día cuando Aladino se dirigía al mercado, vio a la hija del Sultán que
se paseaba en su litera. Una sola mirada le bastó para quedar locamente
enamorado de ella. Inmediatamente corrió a su casa para contárselo a su madre:
-¡Madre, este es el día más feliz de mi vida! Acabo de ver a la mujer con
la que quiero casarme.
-Iré a ver al Sultán y le pediré para ti la mano de su hija Halima dijo
ella.
Como era costumbre llevar un presente al Sultán, pidieron al genio un
cofre de hermosas joyas. Aunque muy impresionado por el presente el Sultán preguntó:
-¿Cómo puedo saber si tu hijo es lo suficientemente rico como para velar
por el bienestar de mi hija? Dile a Aladino que, para demostrar su riqueza debe
enviarme cuarenta caballos de pura sangre cargados con cuarenta cofres llenos
de piedras preciosas y cuarenta guerreros para escoltarlos.
La madre desconsolada, regresó a casa con el mensaje. -¿Dónde podemos
encontrar todo lo que exige el Sultán? -preguntó a su hijo.
Tal vez el genio de la lámpara pueda ayudarnos -contestó Aladino. Como de
costumbre, el genio sonrió e inmediatamente obedeció las ordenes de Aladino.
Instantáneamente, aparecieron cuarenta briosos caballos cargados con
cofres llenos de zafiros y esmeraldas. Esperando impacientes las órdenes de
Aladino, cuarenta Jinetes ataviados con blancos turbantes y anchas cimitarras,
montaban a caballo.
-¡Al palacio del Sultán!- ordenó Aladino.
El Sultán muy complacido con tan magnifico regalo, se dio cuenta de que
el joven estaba determinado a obtener la mano de su hija. Poco tiempo después,
Aladino y Halima se casaron y el joven hizo construir un hermoso palacio al
lado de el del Sultán (con la ayuda del genio claro está). El Sultán se sentía orgulloso de su yerno y Halima estaba muy enamorada
de su esposo que era atento y generoso. Pero la felicidad de la pareja fue interrumpida el día en que el malvado
brujo regresó a la ciudad disfrazado de mercader.
-¡Cambio lámparas viejas por nuevas! -pregonaba. Las mujeres cambiaban
felices sus lámparas viejas.
-¡Aquí! -llamó Halima-. Tome la mía también entregándole la lámpara del
genio.
Aladino nunca había confiado a Halima el secreto de la lámpara y ahora
era demasiado tarde. El brujo frotó la lámpara y dio una orden al genio. En una fracción de
segundos, Halima y el palacio subieron muy alto por el aire y fueron llevados a
la tierra lejana del brujo.
-¡Ahora serás mi mujer! -le dijo el brujo con una estruendosa carcajada.
La pobre Halima, viéndose a la merced del brujo, lloraba amargamente.
Cuando Aladino regresó, vio que su palacio y todo lo que amaba habían
desaparecido. Entonces acordándose del anillo le dio tres vueltas. -Gran genio del
anillo, ¿dime qué sucedió con mi esposa y mi palacio? -preguntó.
-El brujo que te empujo al interior de la cueva hace algunos años regresó
mi amo, y se llevó con él, tu palacio y esposa y la lámpara -respondió el genio.
Tráemelos de regreso inmediatamente -pidió Aladino.
-Lo siento, amo, mi poder no es suficiente para traerlos. Pero puedo
llevarte hasta donde se encuentran. Poco después, Aladino se encontraba entre
los muros del palacio del brujo. Atravesó silenciosamente las habitaciones
hasta encontrar a Halima. Al verla la estrechó entre sus brazos mientras ella
trataba de explicarle todo lo que le había sucedido.
-¡Shhh! No digas una palabra hasta que encontremos una forma de escapar
-susurró Aladino. Juntos trazaron un plan. Halima debía encontrar la manera de
envenenar al brujo. El genio del anillo les proporcionó el veneno.
Esa noche, Halima sirvió la cena y sirvió el veneno en una copa de vino
que le ofreció al brujo.
Sin quitarle los ojos de encima, esperó a que se tomara hasta la última
gota. Casi inmediatamente este se desplomó inerte. Aladino entró presuroso a la habitación, tomó la lámpara que se
encontraba en el bolsillo del brujo y la frotó con fuerza.
-¡Cómo me alegro de verte, mi buen Amo! -dijo sonriendo-.
¿Podemos regresar ahora?
-¡Al instante!- respondió Aladino y el palacio se elevó por el aire y
flotó suavemente hasta el reino del Sultán.
El Sultán y la madre de Aladino estaban felices de ver de nuevo a sus
hijos. Una gran fiesta fue organizada a la cual fueron invitados todos los
súbditos del reino para festejar el regreso de la joven pareja.
Aladino y Halima vivieron felices y sus sonrisas aún se pueden ver cada
vez que alguien brilla una vieja lámpara de aceite.
FIN