Se acerca el 14 de febrero, día de San Valentín, santo de los enamorados, vamos a aprovechar para que el cuento que pongamos tenga que ver con este motivo, "el amor", para ello hemos elegido un cuento de Eduardo Galeano, escritor uruguayo nacido en 1940, junto a su labor como literato se une su faceta de periodista comprometido con la sociedad actual. De entre todos sus relatos nos parece adecuado el cuento Las cartas de amor.
Las cartas de amor
Ellos se conocieron por casualidad, que es como se suelen
encontrar los grandes amores, casi siempre por casualidad, por una llamada
equivocada, por un encuentro fortuito.
A ellos lo que les paso fue que él había quedado en aquel café con
una persona que no vino, y claro, la vio a ella sentada en la mesa del café,
radiante, así que, harto de esperar no se cortó un pelo y dijo: -Bueno, ya que
he venido hasta aquí, no puedo desaprovechar esta ocasión. Se acercó a la mesa
y dijo: -¿Me permite?-
Por supuesto Esto sólo suele pasar en las historias que te cuentan
otros, nunca en la vida real, por lo general cuando dices: -¿Me permites?,
dicen -¿De qué? A lo mejor ella estaba esperando a alguien que tampoco vino,
quién sabe, yo qué sé, habrá que inventar otra historia en la que ella le dice
¿De qué?, en este caso ella lo invito a él para que se sentase, y él se sentó.
Y claro, no había de que hablar, y: -¿y qué lees? Lo malo fue que él no había
leído nada del escritor que ella estaba leyendo, y ya mal, empezamos mal, muy
mal, por ahí no. -Pues bonito día Pero enseguida empezaron a profundizar,
porque ella dijo: -Sí la verdad es que hace un bonito día Y aunque no lo
hiciera. Pero poco a poco él fue venciendo esa timidez que le caracteriza y
fueron profundizando. Al principio él para llamar su atención contó alguna
mentira, que si era escritor, luego reconoció que nunca le habían publicado
nada, pero eso vino más tarde, cuando ya se conocían más, cuando pasaron del
café a la habana con coca cola. Por entonces ya estaban descubriendo que tenían
más afinidades de las que pensaban al principio, y compartían gustos
cinematográficos, y por eso fue que él le dijo: -Oye, y si vamos a ver esta,
¿has visto La vida es bella? Y ella:-No-Oye, quedamos el fin de semana-Vale Y
aquel fin de semana pues, yo no sé muy bien si para sorprenderla o no, pero el
caso es que él rompía a llorar en cada escena en la que salía el chaval
pequeño, esto a ella le enterneció, yo quiero pensar que era de verdad.
Resulta que coincidían en más gustos, y también en los musicales,
y le dijo: -Oye, este fin de semana toca Ismael Serrano-Ismael ¿qué?-Pero a ti,
¿te gustan los cantautores?-Los de verdad me gustan Pero él le convenció a ella
y fueron. Cuando él empezó a cantar aquella de “Vértigo”, pues se atrevió a
cogerle la mano. Y poco a poco se fueron inevitablemente enamorando, pero no
por esto de Ismael Serrano, ni por el Vértigo, quizá más por aquello de llorar
con La vida es bella.
Una mañana él se levanta y al abrir
los ojos se da cuenta de que está perdidamente enamorado de ella, y quedaron
entonces en aquel café en el que se conocieron por casualidad. Los momentos
importantes suelen coincidir casi siempre en los mismos sitios, no estoy muy
seguro de lo que acabo de decir, pero es una buena frase. Pero fue en aquel
café en donde ella le dijo: -Sabes, creo que me tengo que ir durante un tiempo
-Yo te iba a decir casi lo contrario, que te quedaras conmigo para toda la
vida, y ella dijo:-No te preocupes porque yo estaré esperando el día que vuelva
para retomar contigo este camino que emprendimos, además, cada quince días
puntualmente te mandaré una carta en la que te contaré todo lo que he hecho,
todo lo que siento, todo lo mucho que te echo de menos, y todo lo poco que nos
falta para vernos. Él dijo que bueno, que vale: -Pero que si no te vas casi
mejor, ¿no? Pero se fue.
Fue entonces cuando
descubrió que aquello no tenía remedio y que estaba perdidamente enamorado, que
no había ningún elixir que hiciera que la olvidase, que no era cierto aquello
de que un clavo saca otro clavo, que a veces es cierto que los amores a primera
vista existen, bueno, ¿es que acaso hay otros?. A los quince días puntualmente
llegó la carta de ella, toda llena de besos y de caricias, de te echo de menos,
él lloró, y esta vez era de verdad.
Y guardaba las cartas con
mucho cariño encima de la mesilla. Pasaron quince días, y otros quince, y otros
quince, y otros quince, y las cartas se iban acumulando. Y su vida consistía en
esperar a que llegara el decimoquinto día, abrir el buzón y encontrar la carta
de amor en la que ella prometía volver, esperar esa carta en la que ella le
diría que volvía pronto. Y pasaron años, muchos años, y ya las cartas casi no
cabían en la casa, se compró una gran caja fuerte para guardar todas las
cartas, porque eran su gran tesoro, porque vivía para leer las cartas que ella
le había escrito, porque ella era lo que más quería, y así pasaron creo que
diez años, quince, no me acuerdo. Y un día ella, sin saber cómo ni por qué,
dejó de escribir, y al quince día él se encontró el buzón vacío, y el alma
partida en dos.
Ahora solo podía vivir del recuerdo, leyendo las cartas que ella
le había escrito con tanto cariño, aquellas cartas eran su mayor tesoro. Un día
él salió de casa, porque tenía que salir, y unos ladrones entraron en su casa.
Al ver allí la gran caja fuerte no se lo pensaron dos veces, porque pensaron
que debía esconder algún gran tesoro, grandes riquezas, y realmente no era. Y
se llevaron la gran caja fuerte.
Imagínate la desolación de
nuestro protagonista cuando llega a su casa y se da cuenta que le han robado lo
que más quería, lo que le hacía sentirse vivo algunas tardes de domingo cuando
no sonaba el jodido teléfono, cuando releía aquellas cartas y aquellas promesas
quién sabe si falsas. Suele pasar que los ladrones son buenas personas, y este
era el caso.
Pero imagínate la cara de
los ladrones cuando abren la caja fuerte y se encuentran montones de cartas de
amor, declaraciones imposibles. El jefe de los ladrones se enfadó un poquito,
pues la caja pesaba, y llevarla a la guarida no era moco de pavo. Nuestro
hombre vagaba casi moribundo por las calles de su ciudad, con la esperanza de
encontrar alguna carta, o a alguien que le hablara de una gran caja fuerte
llena de cartas, perdido sin saber ya qué hacer.
El jefe ladrón lo que dijo
es que aquellas cartas lo que había que hacer era tirarlas al río o quemarlas,
lo que fuera, pero que desaparecieran de inmediato. Pero el más joven de los
ladrones era más bueno, y se le ocurrió una gran idea. Un día, nuestro hombre
llegó a casa después de estar buscando toda una tarde, y al abrir el buzón
¿Adivina lo que se encontró?… Una carta. Los ladrones habían decidido mandarle
las cartas tal y como ella se las había mandado, puntualmente cada quince días,
por riguroso orden. Ahora él resucitaba con la esperanza de revivir aquellos
momentos, aquellos momentos en los que quizá un día leería la carta en la que
ella diría: -Pronto estaré allí”.
A continuación puedéis oir el cuento en la voz de Ismael Serrano, curiosamente aparece mencionado en el cuento.