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Imagen tomada de: dariofalconi.blogspot |
Este curso comenzaremos con la lectura de un cuento de Horacio Quiroga (1879-1937) autor uruguayo pero que se trasladó a Argentina donde transcurrió la mayor parte de su vida.
Influido por los escritores Leopoldo Lugones y Edgar Allan Poe.
Inició su carrera literaria con un libro de poesía "Los arrecifes de coral" .
Vivió en el territorio de Misiones, siendo la selva parte importante de su inspiración.
Tuvo una vida llena de trágicos episodios, los cuales influyeron mucho en su escritura, así como la permanente aparición de la muerte en sus cuentos. La muerte accidental de su padre por un tiro de escopeta, la muerte de dos hermanas de fiebre tifoidea, suicidio de su padrastro, posterior muerte de su primera esposa agonizante ocho días por haberse envenenado. Su hija Eglé y su hijo Darío se suicidarían después de su muerte. Su segunda esposa le abandonó en la selva llevándose a la hija pequeña de ambos. En 1936 le diagnosticaron un cancer, Quiroga no dijo nada pero esa misma noche se suicidó con cianuro.
La trágica vida de Horacio Quiroga, llena de suicidios y muertes, llegó a obsesionarlo de tal manera que logró que todos sus cuentos y novelas tuvieran un contenido macabro y morboso. Su estancia en Misiones hace que todo este contenido se base en características de animales y su contacto con la muerte.
Entre sus obras destacan: "El crimen de otro" (1904), "Historia de un amor turbio" (1908), y dos colecciones de cuentos: " Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte" (1916) y "Cuentos de la selva"(1921), "Anaconda"(1923), "Desterrados"(1926) y "Mas allá" (1934) siendo su última obra.
Horacio Quiroga, autor de 170 cuentos, escribió "El Decálogo del perfecto cuentista":
I.- Cree en un maestro -Poe,
Maupassant,
Kipling,
Chejov- como en Dios mismo.
II.- Cree que su arte es una cima inaccesible.
No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin
saberlo tú mismo.
III.- Resiste cuanto puedas a la imitación, pero
imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa,
el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia
IV.- Ten fe ciega no en tu capacidad para el
triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu
novia, dándole todo tu corazón.
V.- No empieces a escribir sin saber desde la
primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres
primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
VI.- Si quieres expresar con exactitud esta
circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en
lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una
vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre
sí consonantes o asonantes.
VII.- No adjetives sin necesidad. Inútiles serán
cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el
que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que
hallarlo.
VIII.- Toma a tus personajes de la mano y llévalos
firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les
trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les
importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada
de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX.- No escribas bajo el imperio de la emoción.
Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla
tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino
X.- No pienses en tus amigos al escribir, ni en
la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no
tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes,
de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la
vida del cuento.
FIN
Vamos a ver cómo plasma esta teoría en un cuento. "El almohadón de plumas" pertenece a "Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte" , espero que disfrutéis con su lectura.
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical
y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella
lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando
volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta
estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba
profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron
una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese
rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible
semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus
estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas
de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo
glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba
aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos
hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su
resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No
obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún
vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su
marido.
No es raro que adelgazara.